Hambre emocional vs. Sed espiritual

Nuestro peso corporal oscila a lo largo de nuestra vida, así podemos sentir nuestro cuerpo más ligero, más pesado, más flaco o más grueso; no solo por nuestros hábitos nutricionales, que también, sino por lo que nuestras emociones -o la inhibición de las mismas- nos demandan.

En este cuerpo-mente en el que todos habitamos, una carente afectividad puede hacernos comer más cantidad y con más frecuencia de lo que necesitamos, de este modo la comida nos proporciona ese placer efímero que sustituye a las caricias o los abrazos que no recibimos. Una autoimagen muy devaluada puede llevarnos a comer de todo compulsivamente, para después y en secreto provocar el vómito como castigo autoimpuesto. Podemos dejar de comer porque los sentimientos de rechazo o abandono nos han invadido tanto el cuerpo que a éste no le entra nada más.

Pero no todo es comer o dejar de hacerlo, se puede beber para “sentirse alegre” porque se nos olvidó que la alegría es una cualidad con la que nacimos y en ciertas fases de nuestra vida no asoma sino es con un vaso entre las manos, o bebemos “para olvidar” las incomodidades vitales para las que no tenemos respuesta y mucho menos solución.

El hambre emocional va de la mano de la sed espiritual, es recorrido de ida y vuelta de una búsqueda o de un olvido de ese ser genuino que cada uno de nosotros somos. Esos recuerdos que podemos recuperar de los momentos plenos que hemos vivido y que se escurrieron como arena entre los dedos.

El cuerpo siempre está en el presente, la mente va del pasado al futuro y en su parloteo incesante nos aturde, ese binomio mente-cuerpo nos informa permanentemente. Pero es que la mente también está en el cuerpo. Cada célula tiene una inteligencia propia, impecable, extraordinaria y asombrosa estemos despiertos o dormidos.

El cambio y la información no cesa dentro y fuera de nosotros, queramos o no. Como es arriba es abajo decían los sabios de la antigüedad, tal vez también como es afuera es adentro ya que tenemos un universo interior que forma parte de otro mayor.

Si escuchamos en ese «silencio» interior recibiremos sus mensajes, si estamos atentos y permanecemos sin enjuiciar, pacientemente, podremos ir experimentando poco a poco más altos niveles de conciencia para que ese hambre emocional y sed espiritual dejen de enviarnos señales al navegante, eso sí esa mirada y escucha atenta es responsabilidad de cada uno.

Pararnos y mirar hacia adentro con toda la paciencia y amor que podamos, una y otra vez… ¡¡Toda una aventura¡¡